Como podría olvidarla si fue la noche donde la suma de mis miedos marcaron a sangre y fuego un temor que aún muchos años después no he podido olvidar.
Una noche donde la espera se hizo eterna y donde la incertidumbre de no saber duele casi tanto como conocer una respuesta.
Si alguna vez creí en el cielo fue esa noche, si alguna vez supliqué por un perdón, por ayuda, por una señal fue esa noche.
A duras penas entraba la luz de la noche por las persianas de esa pensión en el centro de la ciudad, afuera todo era silencio y adentro todo era un caos o al menos dentro de mi lo era .
La quietud de una oración de rodillas implorando que el tiempo se detuviera, implorando que nada de lo que pasa en el mundo siga su rumbo y desearte bajar, ya que no soportas la velocidad a la que se mueve el universo.
Al levantarme una copa de vino de la cena se cae y tiñe de rojo carmesí todo el suelo casi como un presagio de lo que está por venir.
El teléfono suena.
Una sensación amarga recorre todo mi cuerpo, una noticia no deseada empieza a ser contada desde el otro extremo.
Estando a miles de kilómetros de donde ocurren los hechos, solo toca escuchar y resignarse.
Mi dolor no es importante ahora. Quien está sufriendo ahora, están muy lejos para ser consolada, para ser abrazada.
Mientras repaso cada una de las palabras que escuché, intento pensar en el futuro, pensar en como mi corazón se rompe y cada latido parece un regalo, algo que estarías dispuesto a dar solo para que ella no esté sufriendo de esa forma.
Cada palabra empieza a doler según como la repito en mi cabeza..
Esa noche. Esa maldita noche sigue silenciosa y yo tratando de ahogar un grito para no romper la quietud, para no alarmar a nadie más.
Aún hoy puedo escuchar cada palabra, esas palabras que quebraron mi alma esa maldita noche «Amor lo siento perdimos a los bebes».
Basada en la noche que mi esposa tuvo un aborto.